Respeto a la Tierra y a los antepasados
Su nombre tiene tanta magia, que parece más próximo a los mitos literarios que a los destinos reales, posibles. Desde su descubrimiento por los europeos en el siglo XVI, las islas que hoy forman la Polinesia Francesa han encarnado el Paraíso Terrenal del que fuimos expulsados a causa del pecado original de Adán y Eva: un lugar feraz y hermoso, sin animales hostiles, donde la naturaleza abastece espontáneamente de alimentos al ser humano, y este puede vivir sin vergüenza ni remordimientos, en una gozosa inocencia. Prestigiosos intelectuales y artistas del hemisferio Norte acudieron en busca de ese edén y, con sus obras, contribuyeron a su difusión: Herman Melville, Robert Louis Stevenson, Jack London, Pierre Loti, Paul Gauguin, Jacques Brel
Es posible que Tahití y sus islas fueron lugares de ensueño
antes de la llegada de los occidentales. No solo introdujimos enfermedades para las que los isleños no estaban inmunizados, sino que impusimos nuestra visión productiva de la existencia, junto a valores y prejuicios extraños para los locales. También extendimos las armas de fuego, que transformaron los enfrentamientos entre comunidades locales en guerras de exterminio.
Las cosas, lógicamente, han cambiado. No sin esfuerzo, los tahitianos han elaborado una síntesis entre sus raíces y las exigencias del mundo globalizado. Por eso las islas son hoy un destino moderno y confortable, aunque con una identidad poderosa, respetuosa con la tierra y la herencia de los antepasados. Un lugar donde jóvenes tatuados con esos mismos símbolos que lucieron sus ancestros manejan la tecnología más puntera con soltura, o donde competentes titulados universitarios perfeccionan el cultivo artesanal de la vainilla o la cría de perlas.
También es un paraíso natural, donde el viajero experimenta el baño en rugientes cataratas que se desploman con estruendo, la ascensión a pitones volcánicos que hunden su falda en el océano Pacífico, o el éxtasis de nadar entre ballenas, tiburones, mantarrayas o peces tropicales. En pocas regiones, la naturaleza se percibe de una manera tan cercana, espontánea e íntima. Todo el territorio es un maravilloso santuario donde el corazón humano palpita sincronizado con la Tierra.
Este monográfico no hubiese sido posible sin las generosas enseñanzas de Candice Saugere y Jaume Bartrolí, quienes nos contagiaron su apasionada devoción por las islas y sus gentes.