Un lugar portentoso y, a la vez, muy confortable
Por la grandiosidad de los paisajes, por la sofisticación de la arquitectura tradicional, por la listeza honrada de su gente, Nepal tiene atributos para encarnar el sueño del viajero. Hay pocos países donde aquel se sienta tan a gusto y tan cómplice. El escenario es bellísimo, no existen amenazas a la seguridad, y los nepalíes tienen un sentido del humor agudo y nada servil. Además, son pasmosamente eficaces al satisfacer las necesidades del visitante. Ni siquiera el dinero es un obstáculo, pues los precios locales resultan ridículos para los estándares europeos. La sensación de placidez es tal, que cuesta recordar que se está en uno de los países más pobres del planeta: Nepal ocupa la posición 138 entre las 169 naciones incluidas en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas para el año 2010. Las causas de ese atraso son varias. Algunas tienen que ver con la naturaleza: Nepal carece de materias primas valiosas, teniendo que importar buena parte de lo que consume, sobre todo energía. Además, la altitud del territorio y su perfil escarpado dificultan o imposibilitan los cultivos en extensas regiones del país. Asimismo, Nepal aún arrastra carencias y vicios asociados a una monarquía —ya derrocada— que exprimió los escuálidos recursos nacionales sin modernizar nada.
La transformación de la sociedad es un desafío colosal que afronta la jovencísima República nepalí. Hay otros. Por ejemplo, zanjar el epílogo de la guerra civil que dividió el país hasta 2006; hay heridas aún abiertas que continúan doliendo. O contener un crecimiento demográfico imposible de absorber por una economía nacional anquilosada. O aglutinar las distintas regiones en una auténtica comunidad nacional, incluidas las llanuras del Terai o el área del Kangchenjunga, cargadas de reivindicaciones, y el remoto occidente nepalí, despoblado y casi desconocido.
A pesar de sus dificultades, Nepal tiene motivos para mirar hacia el futuro con fe. Un futuro que, con toda probabilidad, pasará por la potenciación del sector turístico. A sus visitantes tradicionales, caminantes y escaladores que tienen un paraíso en las sendas y cumbres del Himalaya, se sumarán otros viajeros, deseosos de admirar los paisajes y el patrimonio nepalíes. Ojalá su llegada no altere la trama de pequeños negocios familiares que sustenta la actividad turística. Y es que, en Nepal, casi cada rupia que gasta el visitante acaba en los bolsillos locales, un hecho muy poco frecuente en otros destinos.
Queremos agradecer a Lluís Belvis, cónsul honorario de Nepal, su ayuda en este monográfico. En él, intentamos transmitir su profundo amor por aquel país, forjado a lo largo de decenas de viajes.